En los últimos años, la inteligencia artificial (IA) ha comenzado a integrarse en muchos aspectos de la vida cotidiana, y la educación no es la excepción. Cada vez más maestras y maestros se animan a explorar cómo estas herramientas pueden ayudar en el salón de clases, aunque todavía existe cierta resistencia o desconocimiento por parte de otros, ante esto surge una pregunta interesante: ¿qué pasa si yo empiezo a usar IA en mi clase y otros no?
Cambios importantes en el aula
Cuando una clase incorpora el uso de herramientas con inteligencia artificial, los resultados pueden notarse rápidamente. Las alumnas y alumnos tienen acceso a recursos personalizados, respuestas inmediatas, y explicaciones adaptadas a su nivel de comprensión. Esto permite que algunos estudiantes avancen a su ritmo, mientras otros reciben apoyo puntual según sus necesidades de aprendizaje. Todo esto puede generar una mejora en la motivación por el estudio y el interés por aprender más de los estudiantes.
Sin embargo, este cambio también marca una diferencia con otras clases donde no se usa IA. Allí, el ritmo puede seguir siendo más generalizado, con menos posibilidades de personalizar el aprendizaje, lo cual no significa que una clase sea “mejor” que otra, pero sí es cierto que el acceso a estas herramientas puede influir en los resultados y en la experiencia educativa.
Para los docentes, usar IA no significa que su rol se reduzca ni desaparezca, de hecho, se transforma. Ya no es solo quien transmite conocimientos, sino quien guía, acompaña y diseña experiencias significativas. La IA puede ayudar con tareas repetitivas como correcciones o planificación, pero nunca reemplaza la mirada pedagógica ni el vínculo humano que existe entre docente y alumnos. En este sentido, la IA se convierte en un apoyo que libera tiempo para lo más importante: estar presentes con las alumnas y alumnos.
¿Podemos evitar las brechas?
Eso sí, también hay que tener cuidado. El uso de IA debe hacerse con criterio, ética y siempre desde una intención pedagógica clara. No se trata de dejar que una máquina enseñe, sino de aprovechar lo que la tecnología ofrece para mejorar la práctica docente, además, si solo algunas clases acceden a estas herramientas, corremos el riesgo de generar nuevas brechas educativas dentro de una misma escuela.
Por eso, si usamos IA y vemos resultados positivos, lo mejor que podemos hacer es compartir estas experiencias con otros docentes. La innovación en educación no debería ser una competencia, sino una oportunidad para crecer juntos en una escuela y que esto beneficie a todos por igual.
Podemos afirmar que cuando una clase incorpora inteligencia artificial y otras no en una misma escuela, pueden observarse cambios significativos en la dinámica del aula, en la participación estudiantil y en los resultados de aprendizaje. Las actividades tienden a volverse más interactivas, el alumnado muestra mayor involucramiento al interactuar con herramientas que se adaptan a sus necesidades, y suele registrarse un incremento en la autonomía para investigar, formular preguntas y proponer soluciones. Asimismo, el uso de IA puede contribuir a una mejor gestión del tiempo, tanto para los estudiantes como para el personal docente, al delegar ciertas tareas rutinarias en sistemas automatizados que actúan como apoyo en el proceso educativo.
No obstante, es fundamental comprender que la incorporación de tecnología no debe entenderse como una competencia entre docentes ni como una carrera por adoptar recursos digitales. Más allá de las diferencias entre grupos o instituciones, lo relevante es fomentar una cultura de colaboración y aprendizaje compartido dentro de la comunidad educativa. Las experiencias innovadoras adquieren mayor valor cuando son socializadas, adaptadas a diferentes contextos y puestas al servicio de un objetivo común: mejorar la calidad educativa de manera equitativa.
Si bien la inteligencia artificial representa una herramienta poderosa, no sustituye el valor humano que aportan las maestras y maestros. La tecnología puede facilitar procesos, ampliar el acceso a la información y agilizar tareas, pero el cambio pedagógico profundo depende del compromiso, la creatividad y la disposición a innovar por parte de quienes enseñan. La combinación de recursos tecnológicos con prácticas docentes significativas permite avanzar hacia una educación más personalizada, inclusiva y orientada a los desafíos del presente y del futuro.

